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miércoles, 10 de noviembre de 2010

El árbol



Alfredo Espino 
Estremece su frondas con grácil movimiento
el maquilishua en flor. Y bajo el vespertino
cielo, se va alfombrando la tierra del camino
con la irisada lluvia que hace caer el viento.

Los pájaros del bosque preludian un lamento
lleno de dulcedumbres; se desenvuelve el trino
entre un nido de flores... y tornase divino
el árbol, porque canta como el árbol del cuento.

En medio del fragante silencio del paraje
los pájaros emprenden su interrumpido viaje,
mientras la luz prodiga sus lánguidos rubores.

Por entre el maquilishua la tarde azul destella;
y al revolar el viento, de lo alto ve una estrella;
que en la sombras el árbol sigue llorando flores.

martes, 2 de noviembre de 2010

Prosopografías


María... La mujer de mis sueños
María me ocultaba sus ojos tenazmente; pero pude admirar en ellos la brillantez y hermosura de los de las mujeres de su raza en dos o tres veces que, a su pesar, se encontraron de lleno con los míos; sus labios rojos, húmedos y graciosamente imperativos, me mostraron sólo un instante el arco simétrico de su linda dentadura. Llevaba, como mis hermanas, abundante cabellera castaño oscuro arreglada con dos trenzas sobre el nacimiento de una de las cuales se veía un clavel encarnado. Vestía un traje de muselina ligera, casi azul, del cual sólo se descubría parte del corpiño y de la falda, pues un pañolón fino color púrpura le ocultaba hasta la base de su garganta, de blancura mate. Al volver las trenzas a la espalda, de donde rodaban al inclinarse ella a servir, admiré el envés de sus brazos, deliciosamente torneados, y sus manos, cuidadas como las de una reina.
La mariposa
El cuerpo de la mariposa está formado por una serie de anillos o segmentos, separados por membranas flexibles que permiten el movimiento. Tiene tres partes principales: cabeza, tórax y  abdomen. La mariposa posee hermosas alas cubiertas de escamas de color negro y anaranjado. Tiene antenas que le sirven para orientarse y varas patitas para sostenerse. 
El zenzontle
Pájaro humilde, zenzontle ojos de indito miedoso de plumaje oscuro y pobre llevas metido en el pecho un violín cuyos acordes no igualan  los mil gorjeos de los pájaros del bosque cantas. Cuando el sol se mete en su lecho el horizonte cantas a la luna llena guacal de plata bruñida con el que viene la noche regando chorros de lumbre por las aldea y montes la tarde nos halló juntos entre pinares y robles, tú cantando a las estrellas; yo, queriendo hacer canciones. 
Mimí
Entre ladridos y saltos, una bolita de nervios se enredan a mis pies: Mimí tenía el hocico menudo, los dientes de marfil, las orejas finas y puntiagudas corto el rabo y el pelo café. No estaba un minuto quieta todo el tiempo iba de un lado a otro en breves recogimientos de libre. Llego llorando la pobre. Tenía partida la cabecita que mojaba un hilo de sangre. El guardia, al pasar le dio un punta pié. Mimí lloraba y nos veía a todos los de la casa. No pudo ya sostener el cuerpo que, con el frío de la muerte, temblaba.
La nodriza
En la casa vivíamos tres personas: mi madre y yo, y la vieja que había sido nodriza de mi madre, a quién llamábamos la Iñure. Me parece que estoy viendo a esa vieja. Era flaca, acartonada, la boca sin dientes, la cara llena de arrugas, los ojos pequeños y vivos. Vestía siempre de negro, con pañuelo del mismo color en la cabeza, atado con las puntas hacia arriba, como es la costumbre de las viudas del país. 
Jessica
Jessica es una niña de 13 años, de piel morena. De estatura pequeña que le sienta muy bien con la complexión de su cuerpo. Sus ojos de un color café claro; su cabello corto, negro y liso. Su nariz pequeña y perfilada. Su cuerpo delgado y bien formado, constituye uno de sus mejores atributos físicos. Cuando sonríe deja ver sus bellos y bien formados dientes blancos. Al caminar mueve sus caderas al compás de la música que brota de su alma. 
La mujer cuscatleca
Su cabello ensortijado, de un negro intenso, que cae hasta la altura de sus hombros, sirve de marco al óvalo perfecto de su linda cara. La frente amplia, la nariz pequeña, los ojos negros almendrados, la ceja más ancha en su parte interior y más delgada  en sus extremos; los labios carnosos, bien delineados, las mejillas sonrosadas y un lunar colocado maliciosamente por la naturaleza, cerca de la comisura de su boca. Lo anterior forma un todo de singular belleza. Ella es la hija de Cuscatlán. Su porte esbelto, su busto erguido, su cintura delgada, su cadera ancha y cimbreante, sus piernas largas y fuertes, le hacen ver como a una estatua erguida en honor a la mujer salvadoreña.
La sospechosa
Ella caminaba no muy rápidamente, por sobre el pasto húmedo, en el centro de la avenida. Podía tener veinte o veinticinco años. Sigilosamente parecía buscar un escondite que le ocultara de la mirada de los transeúntes. Bajo la amplia gabardina sus formas se pendían borrosamente. Sus cabellos eran cortos y despeinados, enmarcando una cara misteriosa, vieja e infantil. No estaba pintada y el frío le había enrojecido la nariz, que era chica, pero bien dibujada. Una bolsa grande y deteriorada colgaba desmañadamente de su hombro izquierdo. Su ropa andrajosa, deteriorada y sucia. 
El viejo pescador
Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte superior del cuello y la mayor parte de su rostro. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Estas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las ondas cicatrices que causa la manipulación de las cuerdas cuando se sujetan los grandes peces; pero ninguna de estas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto. Todo en él era viejo, salvo sus ojos; en ellos se había impregnado el color mismo del mar. 
La bella durmiente
Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes, y tenía el cabello liso y negro, largo hasta la espalda, y un aura de  antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo y unos zapatos lineales de color de las buganvillas. 
Las brujas
Una bruja se caracteriza por su edad avanzada, cara arrugada, sus espesas cejas, un ligero bigote, dientes bailones, ojos bizcos, genio gruñón, descuido en el vestir y la compañía de un perro o un gato. Las brujas están pasadas de moda en lo que a vestimenta se refiere. Prefieren siempre las prendas resistentes y de buena calidad, ropas abrigadas, para los vuelos nocturnos, y lo suficientemente impermeables, para los días lluviosos. Su atuendo favorito son los trajes oscuros y largos, lo mismo que sombreros puntiagudos. Usan guantes y botines de cuero. Tienen siempre gran cantidad de bolsillos para guardar cosas imprescindibles como: medias viejas, hierbajos y raíces, sapos, culebras, hojas de trébol y toda suerte de cachivaches. Su estatura oscila entre 1.50 y 3 metros, contando el sombrero. Su edad en cambio, es imposible de adivinar, por lo que siempre han existido y, aunque dudemos de todo esto, dicen por ahí “que haberlas, las hay”.

Retratos


DON MIGUEL DE CERVANTES Y SAAVEDRA
...De rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años, qué fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes no crecidos, porque  no tiene sino seis y esos mal acondicionados, y peor puestos, porque no tienen correspondencia unos con los otros: el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies: este digo, que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje al Pernaso, a imitación del César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas, y, quizás, sin el nombre de su dueño, llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra, fue soldado muchos años y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades; perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan los ver venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del Rayo de la Guerra, Carlos Quinto. 
MAMÁ CON
Es su cabellera tan blanca y platinada que acostumbraba bañarse con la luz de la luna. “Cabecita de plata”; pienso yo, cada vez que le veo. Su mirada tiene la magia de envolver el ambiente en una nube de paz, quizá sea porque en su alma no hay cabida para los sentimientos oscuros. Después de haber sido una mujer de porte erguido y paso firme, es ahora más bien menudita, frágil y encorvada... y es que tres cuartos de siglo no pasan en vano. Mamá Con, la llaman todos con respeto y cariño. Y que bien se ha ganado ambos sentimientos, porque aunque a ella también le haga falta, da  a los demás un poco de lo que puede disponer.

Topografías

AQUELLA CASITA
Era una casita... pobre, carcomida en donde la vida semejaba una negación de la vida parecía muerta: sin risas, sin voces, callada con ese silencio, de cosa desierta, de cosa olvidada, de nada... era ya muy vieja le habían dejado al tiempo, que el raudo camina, su triste legado de sombra y de ruina. Y entre la maleza, estaba solita, envuelta en su manto de eterna tristeza, la pobre casita. Mano de patriotas en labor preciada, sobre aquel deshecho de edades remotas en aquel desperdicio de nada, piadosas alzaron con ese cariño que el huérfano anhela el templo grandioso del niño: ¡la casa de escuela! Y aquella casita pobre, carcomida, tan vieja y solita, quedó convertida en aulas sagradas. Y hoy, entona su canto la vida ¡dónde antes dormía su sueño la nada! 
LA CASITA DE PABLO
La casita de Pablo era blanca y tendida como un ala en el mar: y en las grandes mareas semejaba una vida que por miedo al naufrago se pusiera a rezar. La casita de Pablo, siempre estuvo vestida de bejucos del monte y en flor; era el altar donde el sol y los pájaros, en cada amanecida, celebraban la misa primera del lugar. La casita de Pablo después quedó desierta, sin misas y sin flores, como una cosa muerta. De Pablo  ahora dicen que llora  sin parar; y del espacio humilde, donde hiciera su nido, que perduran apenas, impidiendo el olvido, cuatro postes rebeldes a los golpes del mar.

Crinografías




LAS VALIJAS


Pasando por la estación me quedo viendo a los muchos pasajeros que van y vienen de viaje los que salen y los que entran, algunos parecen preocupados. En la mano todos llevan valijas grandes o pequeñas las que van cuidando con mucho esmero por miedo de perderlas. Las hay de distintas formas, tamaño y colores, pero casi todas son prismáticas y rectangulares sus lados. Las hay de fino cuero, de plástico o metal y también las hay de lona. Las muy pesadas llevan rodos para arrastrarlas. Algunas tienen dos chapas cerradas con llave que les da seguridad; otras, una cremallera  que un candado sierra. Por la parte de atrás funcionan dos bisagras que cierran y abren la cobertera una fuerte agarradera, colocada entre las chapas permite asirlas fácilmente. Adentro llevan, sin duda alguna, ropas, zapatos, libros cosas útiles y quizás algunos secretos; pero algo mas llevan escondido en su equipaje; porque las valijas que se alejan despiertan la nostalgia de los seres queridos que se dejan. Y las valijas que regresan dispersan la tristeza que causa toda ausencia.         
EL ARCÓN DE LA ABUELITA

Viejo arcón abandonado en un oscuro rincón. El tiempo lo ha destruido todo, el tiempo lo ha borrado; pero el pasado ha quedado escondido en este arcón. Cuando le quito la tapa con muchísimo cuidado, levemente de él se escapa y se esparce por la estancia, la misteriosa fragancia del pasado. En un olor de reseda disecada entre los trajes, olor a cintas, encajes y a pañolones de seda. Y cuando leo curioso, las cartas en él guardadas, que la abuelita preciosa amorosamente ató con listón color de rosa; siento algo de emoción; que a lo mejor, ella  sintió cuando en su tiempo florido a hurtadillas las leyó. Cada vez, que con cuidado abro el viejísimo arcón, mi loca imaginación va de viaje hacia el pasado, que en él, ha quedado encerrado.