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domingo, 6 de noviembre de 2016

Nocturno a Rosario

Manuel Acuña

¡Pues bien! Yo necesito 
decirte que te adoro, 
decirte que te quiero 
con todo el corazón; 
que es mucho lo que sufro, 
que es mucho lo que lloro, 
que ya no puedo tanto, 
y al grito que te imploro 
te imploro y te hablo en nombre 
de mi última ilusión. 


Yo quiero que tú sepas 
que ya hace muchos días 
estoy enfermo y pálido 
de tanto no dormir; 
que ya se han muerto todas 
las esperanzas mías; 
que están mis noches negras, 
tan negras y sombrías 
que ya no sé ni dónde 
se alzaba el porvenir. 

De noche cuando pongo 
mis sienes en la almohada,
y hacia otro mundo quiero 
mi espíritu volver, 
camino mucho, mucho 
y al fin de la jornada 
las formas de mi madre 
se pierden en la nada, 
y tú de nuevo vuelves 
en mi alma a aparecer. 

Comprendo que tus besos 
jamás han de ser míos; 
comprendo que en tus ojos 
no me he de ver jamás; 
y te amo, y en mis locos 
y ardientes desvaríos 
bendigo tus desdenes, 
adoro tus desvíos, 
y en vez de amarte menos 
te quiero mucho más. 

A veces pienso en darte 
mi eterna despedida, 
borrarte en mis recuerdos 
y huir de esta pasión; 
mas si es en vano todo 
y mi alma no te olvida, 
¡qué quieres tú que yo haga 
pedazo de mi vida; 
qué quieres tú que yo haga 
con este corazón! 

Y luego que ya estaba 
concluido el santuario, 
la lámpara encendida 
tu velo en el altar, 
el sol de la mañana 
detrás del campanario, 
chispeando las antorchas, 
humeando el incensario, 
y abierta allá a lo lejos
la puerta del hogar... 

¡Qué hermoso hubiera sido 
vivir bajo aquel techo. 
los dos unidos siempre 
y amándonos los dos; 
tú siempre enamorada, 
yo siempre satisfecho, 
los dos, un alma sola, 
los dos, un solo pecho, 
y en medio de nosotros 
mi madre como un dios! 
¡Figúrate qué hermosas 
las horas de esa vida! 

¡Qué dulce y bello el viaje 
por una tierra así! 
Y yo soñaba en eso, 
mi santa prometida, 
y al delirar en eso 
con alma estremecida, 
pensaba yo en ser bueno 
por ti, no más por ti. 

Bien sabe Dios que ese era 
mi más hermoso sueño, 
mi afán y mi esperanza, 
mi dicha y mi placer; 
¡bien sabe Dios que en nada 
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho 
bajo el hogar risueño 
que me envolvió en sus besos 
cuando me vio nacer! 

Esa era mi esperanza... 
mas ya que a sus fulgores 
se opone el hondo abismo 
que existe entre los dos, 
¡adiós por la última vez, 
amor de mis amores; 
la luz de mis tinieblas, 
la esencia de mis flores, 
mi lira de poeta, 
mi juventud, adiós!