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Alfonso Fajardo


Recopiló: Lic. Jaime Noé Villalta Umaña
Prof. y Abg.

COMPAÑERA CÓSMICA
Alfonso Fajardo

He terminado con las palabras. Me bastan
sus tibios senos para dormir esta noche.
Suficientemente he copulado con ella, en la lengua de mi sueño
queda su aceite, en mi nariz su barro y sus poros
en mis ventanas. Parte de mí, también, en ella vive;
mis líquidos circulan en sus muslos, en su vientre maduran brasas
y en su boca aún se mantiene firme, como el árbol de sangre de los recuerdos,
mi mórbida locura de volcanes que bullen en su ciudad.
No hay remedio, lisiados hemos quedado para siempre.
Cuando te alejás, inexorablemente
arrastrás mi fuego, huís de una mecha perpetua, encendida,
que en medio de tus piernas tiene su destino.
Yo, por mi parte, cargo con todos tus miembros,
con tus jadeos y gemidos despierto, respiro
tus pensamientos y mi extendida piel recuerda tu olor.
Mutilados quedamos, pequeña. Mutilada de vos
que caminás sin las piernas que me pertenecen, sin el pubis
que es mi casa, sin tus pechos que son mi almohada.
Mutilado de mí que voy sin los ojos que robaste,
sin mis manos que guardás en tu mesa de noche, sin mi cabeza
que tu ingle devoró, sin mis neuronas que tu inteligencia borraron.
Mutilados ambos, niña mala, porque tu cuerpo me piensa
y porque te piensa mi cuerpo, y ello es suficiente, pequeña,
para dormir en esta noche interminable.

HIJA DEL ABANDONO
Alfonso Fajardo

Vuelvo a vos, pequeña normal, ahora que todos
los sortilegios y pétalos mueren.
Es agradable salir a vivir la vida,
recibir sus piedras y sombras, y luego
-después de un largo período de ausencia, desvarío
y embarazo-encontrarte lánguida
en el lugar de siempre, a la hora más necesitada.
A veces la tierra mojada se cruza en mi camino
y con su olor me entretengo, olvidándome
de las esferas celestes de tu rostro, tus glúteos y tus pechos.
No me culpo. Mientras dura su embriaguez –su efecto
de alucinógeno-, es hermosa
la montaña rusa de los moteles y las habitaciones parentales.
Todo entonces es un caracol, una bella
cárcel de órbitas de agua de pan, una fruta inoculada
con la cicuta del deseo, una cuchara hirviendo
en el punto de ebullición de la locura.
pero la nariz termina su paseo
por los viveros de otro continente, y es ocaso
el baile del ojo cuando en la sangre cabalga.
Vuelvo a vos, hija del abandono, a la hora
de la noche en que la lluvia baja por mi garganta.
Sólo vos podés mandar al carajo las serpientes de mis sueños,
enterrar – por el transcurso de una mirada-
la flor del delito que me inmola en tu blanco lecho.
Vuelvo a vos y no sabés que he regresado,
a tu cueva no sabés que he vuelto a mirar y deslizar
mis manos bajo tus faldas, virtual vientre, amante incondicional,
pequeña sacerdotisa que sabés perdonar mis pecados y borracheras.
A vos vuelvo, y es como si de pronto abrazara la tabla
que me rescata del naufragio; la pastilla, del frío; la copa, de la resaca.
Vuelvo a vos, incólumne niña de sexo eternamente fresco,
para seguirte acariciando, cual sacrílego prometeo, después de la embriagante estela
de tierra mojada y a la hora que todos los sortilegios y pétalos mueren.
A vos vuelvo, y me estrechás con ternura en tu regazo, poesía,
y mi tristeza se pone feliz en tu pecho generoso.

LA MUJER DE MI VIDA
Alfonso Fajardo

Me ha convencido, me lo ha demostrado
su fría manera de presentarse, su forma
de hacerse sentir me ha convencido,
me ha vencido.
Entierro esta forma payasa de vida,
esta piel de escamas que saco a pasear por los días
y la multinacional costumbre de perderme en sus laberintos.
Voy en un bus que sabe de mis ceros,
la muchacha risueña que va a mi lado lo intuye,
nerviosa trata de reconfortarme, pero yo,
en la medida de lo posible, la evito como flor salvaje que rascara mis cicatrices.
Ella es la costumbre, la mujer de mi vida,
la que me espera en casa, la única voluntaria
de serme fiel en la podredumbre de mis pasos.
Uno espera el alba, los pájaros del sueño;
y he allí el error, la ingenuidad: sólo el mal
se obtiene, el excremento se patea, a cántaros
baña su agua negra que es abundante y el hígado atiborra.
Pero ella insiste, por más que intento
la separación ella me persigue como sombra a su dueño,
a veces logro evadirla con la ayuda de otro cuerpo,
de otros labios; pero en la noche, cuando arribo a mi oscura habitación,
ella está allí esperándome
en la cama, esperando
ser penetrada.
¿Qué puedo hacer sino amar su vehemencia,
lamer sus pechos,
quererla?
El bus semi lleno bufa cavilaciones y mi destino está cercano.
La muchacha risueña que va a mi lado me ha convencido,
me ha vencido, y yo la abrazo con toda la alegría
de una calle sin salida. Anuncio mi parada
y el bus se detiene en medio de la ciudad, en medio de la nada.
Yo me bajo y tras de mí viene ella, ella
que es la costumbre, la mujer de mi vida,
mi gran compañera, la soledad.