¡Los he visto tan tristes, que me cuesta pensar
cómo siendo tan tristes, nunca puedan llorar!...
Y siempre son así: ya sea que la tarde
los bese con sus besos de suaves arreboles,
o que la noche clara los mire con sus soles,
o que la fronda alegre con su sombra los guarde...
Ya ascendiendo la cuesta que lleva al caserío,
entre glaucas hileras de cafetos en flor...
o mirando las aguas de algún murmurador
arroyuelo que corre bajo un bosque sombrío...
¿Qué tendrán esos ojos que siempre están soñando
y siempre están abiertos?...
¡ Siempre húmedos y vagos y sombríos e inciertos,
cual si siempre estuviesen en silencio implorando!
Una vez, en la senda de una gruta florida
yo vi un buey solitario que miraba los suelos
con insistencia larga, como si en sus anhelos
fuera buscando, ansioso, la libertad perdida...
Y otra vez bajo un árbol y junto a la carreta
cargada de manojos, y más tarde en la hondura
de una limpia quebrada, y en la inmensa llanura,
y a la luz de un ocaso de púrpura y violeta...
¡Siempre tristes y vagos los ojos de esos reyes
que ahora son esclavos! Yo no puedo pensar
cómo, siendo tan tristes, nunca puedan llorar
los ojos de los bueyes...