A tus exangües pechos, Madre Melancolía,
he de vivir pegado, con secreta amargura,
porque absorbí los éteres de la filosofía
y todos los venenos de la literatura.
En vano - fatigada de sed el alma mía -
sueña con una Arcadia de sombra y verdura,
y con el don sencillo de un odre de agua fría
y con un racimo de dátiles y un pan sin levadura.
Todo el dolor antiguo y todo el dolor nuevo
mezclado sutilmente en mi espíritu llevo
como el extracto de una fatal sabiduría.
Conozco ya las almas, las cosas y los seres.
He recorrido mucho las playas de Citeres...
¡Soy tu hijo predilecto, Madre Melancolía!