Jorge Luis Borges
No puedo darte soluciones
para todos los problemas de la vida;
ni tengo respuestas para tus duda y temores,
pero puedo escucharte y compartirlo contigo.
No puedo cambiar tu pasado, ni tu futuro;
pero cuando me necesites, estaré junto a ti.
No puedo evitar que tropieces.
Solamente puedo ofrecerte mi mano
para que te sujetes y no caigas.
Tus alegrías, tus triunfos y tus éxitos, no son míos;
pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.
No juzgo las decisiones que tomas en la vida.
Me limito a apoyarte, a estimularte y ayudarte si me lo pides.
No puedo trazarte límites dentro de los cuales puedes actuar,
pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.
No puedo evitar tus sufrimientos
cuando alguna pena te parta el corazón,
pero puedo llorar contigo
y recoger los pedazos para armarlo de nuevo.
No puedo decirte quien eres ni quien deberías ser.
Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.
En estos días oré por ti...
En estos días me puse a recordar mis amistades más preciosas.
Soy una persona feliz: tengo más amigos de los que imaginaba.
Eso es lo que ellos me dicen, me lo demuestran.
Es lo que siento por todos ellos.
Veo el brillo en sus ojos, la sonrisa espontánea
y la alegría que sienten al verme.
Y yo también siento paz cuando los veo y cuando hablamos,
sea en la alegría o sea en la serenidad.
En estos días pensé en mis amigos y amigas,
entre ellos, apareciste tú.
No estabas arriba, ni abajo, ni en medio.
No encabezabas ni concluías la lista.
No eras ni el número uno ni el número final.
Lo que sé es que te destacabas por alguna cualidad
que transmitías y con la cual, desde hace tiempo
se ennoblece mi vida.
Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero,
el segundo o el tercero de tu lista.
Basta que me quieras como amigo.
Entonces entendía que realmente somos amigos.
Hice lo que todo amigo:
Oré... y le agradecí a Dios, por ti.
¡Gracias por ser mi amigo!