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viernes, 22 de octubre de 2010

ALFREDO ESPINO


Recopiló: Lic. Jaime Noé Villalta Umaña
Prof. y Abg.

EL NIDO
Alfredo Espino

Es porque un pajarito de la montaña ha hecho,
en el hueco de un árbol su nido matinal,
que el árbol amanece con música en el pecho,
como si tuviera corazón musical…
Si el dulce pajarito por entre el hueco asoma,
para beber rocío, para beber aroma,
el árbol de la sierra me da la sensación
de que se le ha salido, cantando, el corazón…

LAS MANOS DE MI MADRE
Alfredo Espino

Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!

Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
Son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades…

¡Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas!
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).

Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con ternezas!

LOS OJOS DE LOS BUEYES
Alfredo Espino

¡Los he visto tan tristes, que me cuesta pensar
como siendo tan tristes, nunca pueden llorar!...

Y siempre son así: ya sea que la tarde
los bese con sus besos de suaves arreboles,
o que la noche clara los mire con sus soles,
o que la fronda alegre con su sombra los guarde…

Ya ascendiendo la cuesta que lleva al caserío,
entre glaucas hileras de cafetos en flor…
o mirando las aguas de algún murmurador
arroyuelo que corre bajo un bosque sombrío…

¿Qué tendrán esos ojos que siempre están soñando
y siempre están abiertos?...
¡Siempre húmedos y vagos y sombríos e inciertos,
Cual si siempre estuviesen en silencio implorando!

Una vez, en la senda de una gruta florida
yo vi un buey solitario que miraba los suelos
con insistencia larga, como si en sus anhelos
fuera buscando, ansioso, la libertad perdida…

Y otra vez bajo un árbol y junto a la carreta
cargada de manojos, y más tarde en la hondura
de una limpia quebrada, y en la inmensa llanura,
y a la luz de un ocaso de púrpura violeta…
¡Siempre tristes y vagos los de esos reyes
que ahora son esclavos! Yo no puedo pensar
cómo, siendo tan tristes, nunca pueden llorar
los ojos de los bueyes…

UN RANCHO Y UN LUCERO
Alfredo Espino

Un día — ¡primero Dios! —
has de quererme un poquito.
Yo levantaré el ranchito
en que vivamos los dos.

¿Qué más pedir? Con tu amor,
mi rancho, un árbol, un perro,
y enfrente el cielo y el cerro
y el cafetalito en flor…

Y entre aroma de saúcos,
un zenzontle que cantara
y una poza que copiara
pajaritos y bejucos.

Lo que los pobres queremos,
lo que los pobres amamos,
eso que tanto adoramos
porque es lo que no tenemos…

Con sólo eso, vida mía;
con sólo eso:
con mi verso, con tu beso,
lo demás nos sobraría…
Porque no hay nada mejor
que un monte, un rancho, un lucero,
cuando se tiene un “te quiero”
y huele a sendas en flor.