Recopilado por:
Lic. Jaime Noé Villalta Umaña
Prof. y Abg.
EPITAFIO SOBRE LA TUMBA PERDIDA
Mario Noel Rodríguez
Los poetas trazan breves abismos con sus espadas de laurel.
En pose de aprisionar algo soñado, besable,
juran recuperar el perdido reino del asombro.
Envueltos hasta los huesos en banderas arrebatadas como fuego,
gastadas de levantarlas por la patria personal,
la cruel de las madrugadas,
la que siempre truncó los regresares.
Rompen en abrazos con la electricidad de los hermanos
y nada más embriagador que los viejos himnos rebeldes.
Tanta vuelta para condenar tanta muerte,
golfa que escarba ciega, absurda,
con derecho a saber nuestros amores y miserias.
HAMBRE
Mario Noel Rodríguez
Sirvo la gelatina a los cercanos-lejanos,
a los lejanos-cercanos,
de fondo esta pared con inscripciones inspiradas en el destierro.
Vuelvan al amor que se enseñó a puñaladas,
ni imaginan el rumor de ser desarmónico,
buscar ventanas en el crematorio de las metáforas.
Tíldeseme de Huidobrofrío.
Huidobrosombra.
Huidobroduda.
Huidobrosismo.
Llámeseme como sea.
No descansaré de invocarlos con mi antena rebalsada de líquenes,
con estos libros que roban horas a los hijos.
¿Me escuchan?
¿Saben que soy sitio habitado por calaveras,
por sombras cruzadas a cañonazos,
por infancias cremadas en dictaduras,
por la voz de mamá pintando semáforos en el cielo?
La poesía los convoca y calla.
Saca de su andar cojitranco, alocadamente,
fotos de las tardes profundas.
Vengan a la prometida mesa,
en el centro se alza preciosa la tortilla,
sol que niega otras hambres.
PARA DESVESTIR A UNA CEBRA
Mario Noel Rodríguez
No hables de paisajes a la más bella de todas.
La sola voz enturbiaría su corazón.
Preferible si el incienso inunda de cortinas,
invade con la tibieza de otrora horizontes.
Besa su asombro,
despacio muy despacio dile su beldad en letras de coral,
corónala con los ojos cerrados.
Cuando llegue la desnudez –portera del paraíso-
cúbrela de mimos
y cuelga la piyama en las estrellas más lejanas.
RENDIJA
Mario Noel Rodríguez
Tufo a vida eterna tiene la amante del Príncipe,
olor a cuello después de la entrega.
No hay métrica para decir sus caderas trabajadas en jade,
el sudor del corazón vibra y huye.
Música barroca entra a su pelo,
querubines entonan lenguas muertas en su soñado ombligo.
Escultores sin patria, al imaginarla, lloran de tanto cielo.
Plebeyos susurramos odas a esa boca perdida en su bermellón,
ignora la dispuesta maquinaria de nuestro oculto volcán.
No es justo que se abandone a la tiranía de su mano.
¡Ave, musa!
¡Ave, soberbia escalera a los infiernos!