Alfredo Espino
con la dorada lluvia del sol sobre tu frente;
y en un tronco sentados, mirarme largamente
en las dormidas aguas de tus ojos hialinos...
“Y qué linda”, dijeran al verte, campesinos
de esos que con sus vacas van buscando una fuente,
y yo: “Sus ojos miran, miran más dulcemente
que dos estrellas blancas en cielos vespertinos”.
Y tú te sonreirías sin vanidad ninguna;
después en nuestro rancho se entraría la luna
y ladraría al vernos, el perro blanco y fiel...
Como el café maduro fuera tu boca, mía,
y en el rancho con luna, mi boca bebería
en la flor de tus labios, un “te quiero” de miel.